¿Alguna vez te has encontrado con alguien que es increíblemente amable y moralmente recto y, sin embargo, también profundamente insufrible?
Hacen todo lo posible para ayudar o participar en actividades importantes y útiles que benefician a sus amigos y a la comunidad en general. Sin embargo, parecen demasiado complacidos con sus buenas acciones y, sin ninguna buena razón para pensar así, sospechas que hay algo calculado en su altruismo.
Posiblemente te resulte incómodo verte a ti mismo con una actitud tan poco caritativa hacia personas que solo están tratando de hacer del mundo un lugar mejor.
Sin embargo, este escepticismo es un comportamiento conocido, descrito por los psicólogos como «derogación de los bienhechores». Y aunque el fenómeno puede parecer totalmente irracional, existen algunas razones evolutivas de peso para desconfiar del altruismo no correspondido.
Con una comprensión de nuestra sospecha innata hacia los actos abiertos de bondad, podemos identificar las situaciones específicas en las que la generosidad es bienvenida y cuándo se resiente, con algunas lecciones importantes para nuestro propio comportamiento.
Ninguna buena acción queda sin castigo
Uno de los análisis más tempranos y sistemáticos de la derogación de los bienhechores proviene de un estudio global realizado por Simon Gächter, profesor de Psicología en la Universidad de Nottingham, en Reino Unido.
Como muchos estudios sobre altruismo, su experimento tomó la forma de un «juego de bienes públicos».
Los participantes fueron divididos en grupos de cuatro y cada persona recibió fichas que representaban una pequeña suma de dinero.
Luego se les dio la posibilidad de contribuir con parte de esos ingresos a un fondo común en cada ronda del juego. Una vez que todos hubieran colocado su inversión, cada persona recibiría el 40% de la suma total invertida por el grupo.
Si los participantes juegan de manera justa, cada ronda debería proporcionar un retorno de la inversión razonable para cada uno. Los más tacaños, sin embargo, pueden engañar al sistema invirtiendo muy poco y cosechando las recompensas de las inversiones de otros.
Es fácil ver cómo se pueden generar resentimientos. Después de 10 rondas, los investigadores dieron a los participantes la opción de penalizar a otros jugadores deduciendo parte de los ingresos que recibían.
Según la teoría económica clásica, cabría esperar que los tacaños recibieran esos castigos, y así fue.
Sin embargo, sorprendentemente, los participantes más altruistas también fueron castigados, a pesar de que estaban contribuyendo más de lo que les correspondía a la riqueza de los demás.
El hallazgo se ha replicado en muchos otros experimentos.
En un juego de bienes públicos similar, por ejemplo, se preguntó a los participantes si les gustaría expulsar a miembros de su grupo. Extraordinariamente, expulsaron a los altruistas extremos tanto como a los peores oportunistas.
De alguna manera, el egoísmo y el desinterés se consideraban moralmente equivalentes.
Sorprendentemente, esta tendencia parece surgir temprano en la vida: alrededor de los 8 años.
Y aunque la dimensión del efecto puede variar según el contexto, parece estar presente hasta cierto punto en la mayoría de las culturas, lo que sugiere que puede ser una tendencia universal.
Reciprocidad y reputación
Para comprender los orígenes de este comportamiento aparentemente irracional, debemos, en primer lugar, considerar cómo surgió el altruismo humano.
De acuerdo con la psicología evolutiva, los comportamientos humanos innatos deberían haber evolucionado para mejorar nuestra supervivencia y nuestra capacidad de transmitir nuestros genes a otra generación.
En el caso del altruismo, los actos de generosidad podrían ayudarnos a fomentar buenas relaciones dentro del grupo que, con el tiempo, ayuden a construir capital social y estatus.
«Obtener una buena reputación puede generar beneficios como ocupar una posición más central en la red social», dice Nichola Raihani, profesora de Evolución y Comportamiento en la University College London y autora de The Social Instinct(«El instinto social»).
Esto podría significar más ayuda para nosotros mismos cuando la necesitemos. «Y también está relacionado con el éxito reproductivo».
Sin embargo, es importante destacar que la reputación es «posicional»: si una persona sube, las demás caen.
Esto puede crear un fuerte sentido de competencia, lo que significa que siempre estamos alerta ante la posibilidad de que otras personas nos adelanten, incluso si están logrando su estatus a través del altruismo.
Estaremos especialmente resentidos si pensamos que la otra persona solo estaba buscando esos beneficios para su reputación, en lugar de actuar por un interés genuino en los demás, ya que puede sugerir una personalidad astuta y manipuladora en general.
Todo esto significa que el comportamiento altruista puede hacernos caminar por una cuerda floja metafórica.
Necesitamos equilibrar perfectamente nuestra generosidad, para que se nos vea como cooperadores y buenos, sin despertar la sospecha de que estamos actuando únicamente por el estatus.
Es lo que parecían mostrar los reportes de los juegos de bienes públicos.
«Cuando les preguntas a los compañeros de equipo por qué quieren excluir a alguien, a menudo dan respuestas ‘posicionales’ como: ‘Oh, ese tipo, nadie está haciendo lo que está haciendo, nos hace quedar mal a todos'».
Los estudios de las redes sociales, explica la experta, muestran que las personas tienden a sentirse menos impresionadas por un acto altruista si la persona anuncia el evento en Facebook, por ejemplo, que si se lo hubiera guardado para ella.
La propia investigación de Raihani sobre páginas web de recaudación de fondos encontró evidencia de que algunas personas son conscientes del potencial de una reacción hostil a su generosidad.
Al analizar las publicaciones en BMyCharity, descubrió que a menudo son los mayores donantes (así como los que menos dan) los que eligen permanecer en el anonimato.
Parecieran saber que un acto llamativo podría resultar en resentimiento por parte de otras personas que visitan la página, por lo que prefieren ocultarlo.
Motivos ocultos
Ryan Carlson, estudiante de posgrado de la Universidad de Yale, está de acuerdo en que los comportamientos altruistas a menudo se evalúan desde múltiples ángulos, además de la generosidad del acto en sí.
«No solo valoramos el altruismo, valoramos la integridad y la honestidad, que son otras señales de nuestro carácter moral», dice. Un aparente acto de generosidad que parece estar impulsado por el interés propio podría, por tanto, llevarnos a puntuar bastante mal en esas otras cualidades.
Para un estudio reciente, presentó a los participantes varias viñetas y les pidió que calificaran el altruismo percibido del personaje, donde -5 era extremadamente egoísta y +5 era extremadamente altruista.
En general, a los participantes no les importaba si los personajes de las viñetas recibían beneficios accidentales de sus acciones.
Si el personaje fue a donar sangre, un acto modestamente altruista, y resultó que impresionó a su amigo, por ejemplo, los participantes aún lo veían positivamente.
Del mismo modo, si el personaje recibía una tarjeta de regalo por un problema, a los participantes no les importaba, dado que era una bonificación accidental.
La sanción llegaba si se les decía que esos beneficios habían sido parte del motivo original. Esto cambiaba las puntuaciones de altruismo percibido de positivo a negativo. Aunque indudablemente todavía estaban haciendo un buen acto, se los consideraba egoístas.
Como señala Raihani, estamos constantemente tratando de adivinar las razones de las acciones de los demás, y castigamos a las personas con dureza cuando sospechamos que sus motivos son impuros.
Esas sospechas instintivas pueden ser ciertas o no, por supuesto. A menudo basamos nuestros juicios en la intuición, en lugar de en hechos concretos.
Reglas para la vida
Vale la pena recordar estos hallazgos siempre que nos encontremos cuestionando el comportamiento de las personas que nos rodean.
Si no hay buena evidencia que sugiera que sus actos de generosidad son egoístas, podemos optar por darles el beneficio de la duda, sabiendo que nuestras intuiciones poco caritativas pueden ser alimentadas por nuestros propios temores de perder el estatus.
La investigación también podría ayudarnos a evitar errores accidentales cuando actuamos de forma altruista.
Como mínimo, muestra que debes evitar difundir ruidosamente tus buenas acciones. «Y si la gente los menciona, debes minimizarlos», dice Raihani.
Incluso si piensas que simplemente estás compartiendo algunas noticias alentadoras sobre una causa que te importa, debes pecar de modestia.
Y si resulta que te beneficias de un acto altruista, es mejor ser sincero sobre el hecho.
Imagínate, por ejemplo, que un acto de bondad perfectamente inocente en la oficina atrae la atención de un gerente, quien luego te propone para un ascenso.
Es posible que otros lo vean de manera más favorable si reconoces ese resultado, en lugar de permitir que reflexionen sobre la idea de que, de alguna manera, lo habías planeado de antemano.
«Si obtenemos algunos beneficios de un acto de bondad, tiene sentido ser transparentes», dice Carlson.
De lo contrario, puede parecer que estás administrando deliberadamente tu reputación para ganar estatus.
En última instancia, la única forma infalible de evitar la derogación de los bienhechores puede ser hacer tus mejores obras en completo secreto.
Y si otros descubren la verdad, a pesar de tus intentos de ocultarla, la buena reputación que sigue es simplemente una ventaja.
Oscar Wilde lo dijo mejor hace más de un siglo: «El sentimiento más agradable del mundo es hacer una buena acción de forma anónima y que alguien lo descubra».
Fuente Externa.