Legendaria “Comandante Dos” de la revolución sandinista, Téllez dialogó con LA NACION sobre su cautiverio, sus primeras horas en libertad y sus próximos pasos
HERNDON, Virginia.- Encerrada en su celda, Dora María Téllez escribía en su mente. No tenía papel ni lapiz, tampoco libros, y apenas veía el sol. Al principio, la dejaban salir una vez a la semana, unas horas; últimamente, día por medio. En su calabozo, caminaba en círculos, practicaba karate, o trataba de resolver problemas, grandes o pequeños: calcular cuánto caminaba, la hora del día, la altura de la pared, o la distancia a las luces. “Son juegos”, explica. “Hay que pasar hora por hora, día por día”, dice sobre su cautiverio. Otros días podía recordar poemas, canciones, lecturas, o secuencias de películas. “Algo te distrae. Son mecanismos de distracción”, continúa.
Téllez, legendaria “Comandante Dos” del sandinismo y símbolo en Nicaragua, peleó al lado de Daniel Ortega en la revolución que lo llevó al poder. Pero con el tiempo, Téllez devino en crítica y opositora del régimen, y en junio de 2021 fue arrestada y encerrada en El Chipote, el penal del terror en Managua. Este último jueves en la madrugada, Téllez dejó atrás la cárcel, el aislamiento y Nicaragua, y junto a otros 221 prisioneros políticos –líderes políticos, periodistas, empresarios, estudiantes– subió a un avión y llegó hasta un hotel de Virginia, a unos 40 minutos de Washington, y a la libertad.
Téllez todavía está procesando todo lo que pasó. Dice que está contenta, conmovida con el apoyo y la solidaridad que han recibido en Estados Unidos, y también desde España -que le ofrece su nacionalidad-, pero también triste por haber sido expulsada de Nicaragua. Ortega los liberó, pero los despojó de su ciudadanía.
“Nosotros tenemos derecho a ser libres en Nicaragua, tenemos derecho a tener libertad y derecho a ser ciudadanos en Nicaragua”, dice Téllez en una entrevista con LA NACION. “Hemos pasado de la cárcel a un exilio forzoso”, completa.
El lobby del hotel es un hervidero de gente. Nicaragüenses, funcionarios, empleados, voluntarios. El Departamento de Estado cerró varios salones para atender a los nuevos refugiados. “Registro para familiares”, dice un cartel improvisado escrito a mano detrás de una mesa. “¿Saldrá del hotel? Notifíquenos aquí”, dice otro. La conversación con Téllez se interrumpe un instante cuando Ricardo Zúñiga, uno de los principales funcionarios del gobierno de Joe Biden para América latina, se acerca a saludarla. “Soy Ricardo Zúñiga del Departamento de Estado, solo quería decir mucho gusto, y bienvenida”, le dice. “Muchas gracias, mucho gusto”, responde.
Téllez dice que se dio cuenta de lo que sucedía el mismo día de su liberación. La despertaron como a la una de la mañana, les dieron ropa civil, y la subieron junto con otros presos a un autobús. “Yo no sé dónde van, no pregunte porque no sé”, les dijo un oficial. Al llegar al aeropuerto pensó que los sacarían del país. “Es una sensación dura –relata la historiadora y exguerrillera–. Yo no hubiera querido subir a ese avión, porque no quería dejar a mi pueblo. Pero no había remedio, no había ningún remedio. Pero por otro lado, te sentís libre. Ahi nos reencontramos con el resto”.
Ya libre, Téllez intenta explicar lo que vive. “Es complicado. Como decimos con uno de los presos aquí, ‘¿cómo te sentís? ¿cómo amaneciste?’. ‘Ya estoy mejor, pero siento la cabeza como un Alka Seltzer’”, y esa es exactamente la sensación. La cabeza está así, efervescente, es una descripción exacta. Digamos que estamos como un punto intermedio. Todavía tienes la incertidumbre del destino, estamos tratando de apoyar a algunos que no tienen casa, no tienen familia, no tiene dónde ir, para encontrarles alojamiento. Hay mucha solidaridad. Entonces estamos tratando de ayudar”, describe.
Téllez cree que el Ortega está debilitado, que la condena a 23 años de prisión al arzobispo Rolando Álvarez es una represalia, y “le va a explotar en la cara a Ortega”. Y, en ese sentido, pide a todos los gobiernos “tolerancia cero” con las violaciones de derechos humanos, y que mantengan la presión internacional sobre el régimen.
–¿Por qué cree que Ortega los liberó?
–Nos liberó simplemente porque ya no soportaba la presión interna, la resistencia nuestra y la presión internacional. No pudo doblegar a nadie, a ningún preso o presa política. Nadie se le arrodilló, nadie le suplicó. No pudo doblegar la resistencia del pueblo nicaragüense, que es una resistencia en silencio, pero es resistencia. Él no pudo tender un manto de silencio sobre la solidaridad internacional, sobre la lupa, la observación internacional sobre Nicaragua. Eso simplemente lo puso contra las cuerdas.
–¿Cómo lo ve a Ortega?
–Yo lo veo muy debilitado, porque además los pilares de su régimen están en crisis, la policía, el sistema judicial están en crisis. Su propio partido está en una crisis profunda también. Y su propia relación con la esposa está en crisis porque además ha sido evidente y televisada las contradicciones.
–¿Qué le diría a la gente en Nicaragua?
–Todos seguimos luchando, ¿verdad? En esta lucha por nuestros derechos y libertades cada uno de nosotros, cada una de nosotras tiene un papel. Pequeño, mediano, grande, no importa el tamaño. Hay personas que solamente oran, y yo creo que eso es importante. Personas que hacen oraciones todos los días y rezan, y es importante. Hacen gestos de solidaridad pequeños, y es importante. Personas que hacen resistencia cotidiana, es importante. Personas que hacen conciencia, que conversan, que crean conciencia sobre la situación del país, es importante. Todos podemos hacer algo. Todos mirando hacia Nicaragua, desde dentro y desde fuera. Y eso es lo que va logrando que se vaya cambiando la situación, aunque parezca que empeora, pero en realidad es evidencia del deterioro del régimen.
–¿Por qué, en qué lo ve?
–En el deterioro de los pilares del poder. Si tienen que tener cárcel por cárcel durante semanas a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia, eso es una crisis.
–¿Cómo se logra un cambio de régimen?
–No sé cuál es el último paso, pero el siguiente paso es siempre el mismo: seguir haciendo resistencia desde distintos ángulos, desde distintos mecanismos, desde las redes sociales, las redes locales, territoriales, desde los medios de comunicación, la Iglesia. Es seguir haciendo lo que hemos estado haciendo, que es lo que tiene en crisis profunda al régimen.
–¿Qué pide a los gobiernos de la región?
–Que sigan teniendo los ojos puestos sobre Nicaragua, y que sigan siendo intolerantes frente a las violaciones graves a los derechos humanos que hay en el país. Que no haya tolerancia; tolerancia cero ante las violaciones de derechos humanos. Eso es lo básico.
–¿Ve países que muestran tolerancia?
–En términos generales, no, y se ha evidenciado en las votaciones en la OEA, se la ha dicho a Ortega por amplísima mayoría que respete los derechos humanos en Nicaragua. El régimen de Ortega es un régimen aislado internacionalmente y de América Latina. Pero es importante sostener ese aislamiento, sostener el modelo de tolerancia cero frente a violaciones de derechos humanos.
–¿Perdió la esperanza en algún momento?
–Yo nunca pierdo la esperanza, esa es mi personalidad.