Albino Luciani ocupó el trono en 1978, durante 33 días, hasta que falleció de un infarto. Estuvo presente la joven argentina cuyo milagro permitió elevarlo al primer grado de la santidad.
Sentado, con tiempo inclemente esta mañana en Roma, el Papa Francisco beatificó en la plaza de San Pedro al último pontífice italiano. Juan Pablo I, o Albino Luciani, falleció de improviso por un infarto a los 65 años, solo 33 días después de haber sido elegido, en uno de los pontificados más breves de la historia de la Iglesia.
La beatificación es el primer escalón hacia la santidad.
La beatificación requiere el reconocimiento de un milagro. El atribuido a Albino Luciani es la curación en 2011 en Buenos Aires de una niña de 11 años que se estaba muriendo, Candela Giarda, de 22 años, estuvo internada en la clínica Favaloro de Buenos Aires, muriendo de una muy grave encefalitis cuando su madre pidió al sacerdote José Dabusti que rezara para que su hija no falleciera aquella noche.
El buen cura, que también vino a Roma, dijo que no sabe porqué, invocó en sus oraciones a Juan Pablo I. “Fue el Espiritu Santo el que me inspiró”, dijo. Candela lleva hoy una vida normal, sin secuelas de la enfermedad. Para ser canonizado, el Vaticano ahora debe reconocer un segundo milagro.
En la ceremonia, a la que asistieron millares de fieles bajo una insistente lluvia, estaba presente la joven argentina.
Juan Pablo I, recordado como “el Papa de la sonrisa”, no se sentía bien aquella última noche de su vida, el 28 de setiembre de 1978. Su secretario, Diego Lorenzi le sugirió llamar al médico aunque el Papa prefirió “no molestar”. La monja que lo encontró muerto en el apartamento pontificio, sor Margherita Marin, de 81 años, testimonió que junto con la monja enfermera Vincenza Taffarel entraron extrañadas porque el pontífice no había retirado el café que le dejaban todas las mañanas.
“El Papa estaba en su lecho con las luces encendidas y una hoja entre las manos, los anteojos puestos”.
La monja dijo que “vivimos un momento dramático, pedimos ayuda”. El último día “estaba escribiendo un documento para los obispos, no salió de su departamento. Me vió planchando y me dijo, ‘no trabaje demasiado, planche el cuello, lo demás no se ve’. Era el colmo de la cordialidad y la serenidad, siempre”, contó.
“Recordé sus últimas palabras, unas horas antes al retirarse, que nos dijo a las tres monjas que lo asistíamos: ‘Hasta mañana, si Dios quiere, cuando celebraremos misa juntos”.
Giovanni Vian, ex director del Osservatore Romano, contó que el Papa Luciani “sufrió un infarto tan fuerte que no pudo ni tocar el timbre para pedir ayuda”.
Su muerte improvisa desató toda clase de especulaciones y campañas que afirmaban que Juan Pablo I había sido víctima de un asesinato incubado en los ambientes de la Curia Romana, en particular por las malversaciones financieras que se habían detectado en el IOR (Instituto para las Obras de Religión), sal banco de la Santa Sede.
Albino Luciani nació en 1922, hijo de una modesta familia obrera. Su padre era socialista y muy católico, algo común en Italia. Su educación fue muy religiosa. Fue seminarista y se doctoró en teología. En 1969 Pablo VI lo nombró patriarca de Venecia y lo hizo cardenal en 1973.
Siempre mantuvo una gran sensibilidad hacia la pobreza y pidió un “salario justo para todos”.
En el momento culminante de la ceremonia de beatificación, Papa Francisco dijo: “Con nuestra autoridad apostólica, concedemos que el Venerable siervo de Dios, Juan Pablo I, Papa, de ahora en adelante sea llamado beato”.
Con esta fórmula Francisco elevó a los altares a Albino Luciani, disponiendo que cada año se lo celebre el 26 de agosto, en recuerdo de ese día de 1978 fue elegido como 263mo sucesor de San Pedro.
Tras la proclamación, en el balcón central de la basílica vaticana fue desplegado un gran retrato de Juan Pablo I con su característica sonrisa, obra del artista chino Yan Zhang, que “parece abrazar tiernamente a toda la plaza”.
Vaticano, Corresponsal