Alberto Fernández consultó a su vice antes de la cadena nacional: cuál fue el acuerdo y la estrategia de La Cámpora. La pelea de Larreta y Bullrich escala y el ex presidente piensa en una tercera candidata para 2023.
«Por favor, pasen. Es por acá”, les dijo el secretario de Cristina Kirchner, Mariano Cabral, al abrir la puerta del quinto piso del ya célebre departamento de Juncal y Uruguay, el viernes, pasado el mediodía. La jueza María Eugenia Capuchetti y el fiscal Carlos Rívolo entraron. La vicepresidenta estaba en el living, rodeada por los mismos custodios que la noche anterior no habían podido impedir que un desconocido se acercara a medio metro de su cara para apuntarle con una pistola. “Qué tal, buen día, siéntense”, se presentó Cristina, y señaló la mesa. Entonces, mientras los secretarios judiciales encendían la notebook, se permitió la única frase que diría por fuera de la declaración, porque si de algo se cuidó fue de no excederse en ninguna palabra: “Qué raro, ¿no? Nunca me habían venido a tomar declaración a mi casa”.
Después de 50 minutos, la jueza y el fiscal se marcharon. Lo hicieron con la sensación de que Cristina aún seguía en estado de shock, sin entender del todo lo que había ocurrido el jueves. Coincidieron, sin saberlo, con Máximo Kirchner. “Mi vieja todavía no cayó -le dijo a un dirigente importante del Frente de Todos al otro día del hecho- Estábamos organizando el acto en Merlo y ahora…”.
La líder del oficialismo le contó a la Justicia que el día del ataque, pasadas las 9 de la noche, al volver a su casa, se bajó para saludar a los militantes. Que en un momento se agachó para buscar un libro que había pasado de mano en mano entre los fanáticos y que se había caído delante de sus ojos. “¡Te amo, Cristina!”, le gritaban. Cuando se incorporó, la vicepresidenta escuchó la voz de uno de sus custodios: “Vamos, vamos, vamos”. No llegó a percatarse de por qué la apuraba. Ni hizo caso. Se quedó caminando entre la gente, como si nada, durante seis minutos. Fernando Sabag Montiel, alias “Tedi, el cristiano”, ya la había apuntado a la cabeza con la pistola Bersa calibre 32. Gatilló dos veces. El tiro no salió.
El militante camporista Marcelo “El Jirafa” Fernández vio el episodio, maniató al atacante y sus compañeros ayudaron a sacarlo. Hay otra versión, más inquietante, que sostiene que Sabag se escapó corriendo y que luego fue detenido por la Policía porteña, que no tenía la potestad en esa zona tras el fallo del juez Roberto Gallardo. Los camporistas explican por estas horas que si la militancia hubiera advertido la gravedad del hecho, a Sabag lo habrían linchado en ese mismo instante. La Policía Federal no movió un dedo hasta que se lo entregaron.
Cristina se enteró del intento de magnicidio en el ascensor, cuando subía al departamento. Afuera, la euforia continuaba, aunque en cuestión de minutos los cánticos le dieron paso al bullicio colectivo cuando los militantes, a través de las redes que leían en sus celulares, se fueron enterando de lo que había pasado.
Oficialmente, nadie supo explicar (¿no supo o no quiso?) por qué los custodios de la ex presidenta violaron el protocolo y no la aislaron rápidamente con el denominado operativo cápsula. Tampoco se sabe por qué no reaccionaron los efectivos de la Policía Federal que estaban en el lugar. Agustín Rossi, el jefe de la Agencia Federal de Inteligencia, sin embargo, dijo ayer que los custodios “estaban muy atentos”.
Tal vez lo hizo por la presunta negativa de Cristina a cambiar el esquema de protección o para respaldar al ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, a quien un sector duro del cristinismo -en este caso liderado por Hebe de Bonafini y Juan Grabois- le exige la renuncia. Grabois, un mimado de Cristina al que saludó efusivamente con un beso y un abrazo en una de las manifestaciones en la puerta de su casa, dijo algo más: “Ahora la vamos a cuidar nosotros”. Nadie lo contradijo. Alberto Fernández se opone a reemplazar a Aníbal.
Fue controvertido, además, el rol del jefe del Departamento de Seguridad vicepresidencial, Diego Carbone, quien no estaba con ella esa noche. Carbone -alertado por un llamado- llegó casi media hora más tarde, supervisó la zona y subió a ver a Cristina. Allí estaban Máximo y Andrés “El Cuervo” Larroque, entre otros. Al otro día, la vice, tras su declaración, bajó caminando a la par de Carbone, con la clara intención de que los tomaran los canales de TV.
Cristina había visto una y otra vez las imágenes del ataque. Lo hizo apenas ingresó a su casa esa misma noche para dar crédito a lo que le acababan de contar y que ella no había registrado. Así se los transmitió a Capucheti y a Rívolo. Ambos terminaron de tomar nota en ese momento de que la víctima hablaba como si estuviera contando algo que le hubiera pasado a un tercero. Le ofrecieron todo tipo de ayuda de contención, como estipula la Ley de Víctimas. Cristina no dijo ni sí ni no. Solo los escuchó. Los funcionarios judiciales se sorprendieron, para bien, del trato recibido. Ella les agradeció el trabajo.
Los referentes cristinistas analizaron la situación el mismo jueves, y se concentraron más en la reacción política que en el hecho en sí. Poco después de las 22, Alberto Fernández se comunicó con su socia para ver cómo estaba y para ver cómo se iban a parar como Gobierno. En Olivos se había convocado de urgencia a varios funcionarios. Se improvisó una reunión de la que participaron la portavoz, Gabriela Cerruti, y varios albertistas puros: Santiago Cafiero, Juan Manuel Olmos, Vilma Ibarra y Julio Vitobello, el más cuestionado de ese grupo por el cristinismo, porque le siguen achacando que “extrañamente” nunca vio nada de las fiestas que se hacían en la Residencia durante la pandemia.
Al principio se evaluó la idea de sacar un tuit en repudio al ataque; alguien dijo que sonaba a demasiado poco frente a la gravedad del asunto. Se acordó que había que grabar un mensaje y nació la propuesta de una cadena nacional, que Alberto -salvo cuando se lo demandó la ley- solo había empleado un par de veces cuando tuvo que referirse al aislamiento obligatorio.
Cristina dio su consentimiento, aunque bajó línea sobre el contenido duro que tendría el mensaje, que Fernández optaría por leer. Las deliberaciones llevaron a demorar la cadena, que se había anunciado para las 23 y se transmitió cerca de la medianoche. Hubo dos consignas fuertes en el mensaje: decretar el feriado nacional y atacar a la oposición y a los medios por “el discurso del odio”.
El último mensaje se transformó en la bandera de las últimas 48 horas y en el espíritu del comunicado que la actriz Alejandra Darín leyó el viernes a la noche en Plaza de Mayo, luego de la masiva marcha en apoyo a su líder. Un arma y un micrófono superpuestos, con el que ayer se ilustró un artículo de la agencia Télam, forma parte de la continuidad de aquel relato. “Es por ahí y vamos por más”, prometen los cristinistas.
La oposición pasó de repudiar masivamente el ataque y de pedir el esclarecimiento del hecho a ingresar en un compás de duda sobre cómo abordar la cuestión de ahora en adelante. En Juntos por el Cambio habían tenido antes una feroz pelea interna por el operativo de seguridad que diseñó la administración de Horacio Rodríguez Larreta, el fin de semana anterior, cuando los militantes tiraron las vallas. El juez Gallardo, al pasar la responsabilidad a la Policía Federal, sin querer, le liberó las manos al alcalde. El almuerzo en Happening del PRO fue durísimo, pero se prometieron enfriar la polémica.
Un espejismo. Esa tensión está de regreso porque no hay foto, por más producida que sea, que pueda ocultar el malestar que se extiende entre el PRO, la UCR y la Coalición Cívica, y sobre todo en el PRO, donde Larreta y Patricia Bullrich tienen más diferencias que coincidencias. La pelea entre ellos por 2023 se ha vuelto sangrienta y se expresa, también, en cómo interpretaron el intento de atentado contra su principal opositora para 2023, sea o no candidata.
Podría dar fe Mauricio Macri, que en las últimas semanas ha recibido un constante desfile de protagonistas del Círculo Rojo que lo consultan, con preocupación, sobre esa convivencia. Será por eso, quizá, que Macri ha comenzado a ponerle un voto de confianza a la candidatura presidencial de María Eugenia Vidal. La ex gobernadora se mueve con menos presión que Larreta y Bullrich y hasta se la ve con ganas de pasarse al bando de los halcones, del que hasta no hace tanto renegaba. Se verá si es porque toda persona tiene derecho a cambiar o por pura especulación electoral.
¿Y Macri? ¿No está en la grilla? Sus amigos le dicen que se tiene que ir preparando. Fantasean con enfrentar a Cristina. Ambos ex presidentes coinciden en aglutinar sectores que los quieren de nuevo en la pelea grande y que hablan de “la batalla final”.
Cristina frenó a José Mayans, el martes, cuando dijo que la Argentina “merece otro Gobierno de la compañera”. La vice hizo señas de que no está en sus planes, aunque el “operativo clamor” nace de La Cámpora.
Al jefe del PRO se lo dicen de modo más reservado. El miércoles, por ejemplo, estaba en un cumpleaños y un viejo conocido se le acercó para decirle que tenía que competir. Macri le confesó que no está convencido. “Pero si se presenta Cristina no te va a quedar otra. Si no, vas a ser un traidor a la patria”, insistió el hombre. “El año pasado, gente como vos me puteaba y me decía que Cristina había vuelto por mi culpa”, contestó Macri. Se levantó, lo miró con desdén y cambió de mesa.
Fuente: Santiago Fioriti, CLARIN.